Entre la magia y la razón.

Entre la magia y la razón.

El concepto médico de demonológica es uno de los intentos más antiguos de sentar un modelo explicativo para exponer las causas y los síntomas de las enfermedades. Este modelo no sólo se desarrolló y practicó sistemáticamente unos mil años antes de Cristo en Mesopotamia, sino que siempre se ha utilizado, incluso hoy día, en la medicina popular de todo el mundo. 

La demonológica atribuye todos los cambios en el cuerpo, o enfermedades, producidos sin una causa exterior reconocible, a la intervención de seres sobrenaturales, demonios y espíritus. El hombre sólo puede impedir que le afecten observando las leyes religiosas y cumpliendo las normas sociales.

Una vez que el hombre es poseído por un demonio se le considera impuro y contagioso. La cólera de los dioses ha tomado en él la forma de una enfermedad. Su espíritu protector le ha abandonado y sólo se podrá curar expulsando por medio de exorcismo al espíritu maligno que le posee. 

En Mesopotamia se conocían distintas maneras de sustraer a los demonios y espíritus malignos. Para ahuyentarlos y mantenerlos alejados de casa se practicaban grandes rituales. En las oraciones se imploraba la ayuda de los dioses para combatirlos. No sólo se veía en los demonios una forma de peligro para la propia salud, sino que también se consideraba una amenaza el poder que provenía de los encantamientos o de la magia negra (brujería). Se temían, sobre todo, el mal de ojo y las maldiciones, como se evidencia a través del siguiente conjuro: “Oh bruja, quien quiera que tú seas, cuyo corazón concibe mi desgracia, cuya lengua lanza maldiciones contra mí,...yo conjuro tu boca, conjuro tu lengua, conjuro tus brillantes ojos”

Existían una serie de demonios a los que se responsabilizaba de determinadas enfermedades. Así, por ejemplo, Asakku era el demonio causante de la fiebre y el enflaquecimiento, y Ahhazu (el “capturador”) de las enfermedades del hígado y de la hepatitis. Del demonio con cabeza de leona, Lamasu, se creía que chupaba la sangre a los niños, por lo que se le acusaba de la mortalidad infantil y de la fiebre puerperal. Los espíritus malignos se representaban a menudo como una mezcla de hombre y animal o como seres fabulosos.

Como el poseso podía contagiar, era una amenaza para los que le rodeaban. Esta creencia motivó que los ritos espirituales de purificación y purgación, en su esmero por impedir el contagio, tomaran medidas similares a las planteadas hoy por la higiene más moderna.

Es decir, la medicina rebasa el límite siempre difuso entre ciencia y religión, ya que la magia es parte también de la religión. Por muy ajeno a cualquier tipo de magia que pueda parecernos el Papiro Smith (ejemplo de la ciencia exacta antigua), en él se deja bien claro que el ser humano alcanza muy pronto los límites de sus posibilidades para actuar sobre la naturaleza y crear, por lo que en seguida llega a la conclusión de que las fuerzas divinas (y demoníacas), situadas por encima de él, son más fuertes que sus conocimientos y experiencias. En una glosa que aparece al principio del Papiro Smith, se presenta al médico, al brujo y al sacerdote como las personas que practican la medicina. El médico ha vuelto, después de un florecimiento pasajero como “científico”, al estatus de “curandero” que reunía, desde el principio de los tiempos, la religión, la magia y la medicina. 

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